Cuando se trata de muertos debería darnos igual dónde, cómo y quienes mueran. Al fin y al cabo son seres humanos como todos que pierden la vida . Pero eso, en realidad, no es así. Veo al mundo absolutamente indiferente con las 5.500 víctimas, (CINCO MIL, no hemos leido mal) fallecidos en Indonesia en el último desastre natural que golpea y azota una y otra vez a ese país.
Y nos estremecía mucho más ver cómo aviones se estrellaban contra las Torres Gemelas (3.000 fallecidos) o cómo varios tres de cercanía estallaban en una tranquila mañana de marzo en Madrid (192 muertos).
Y yo me pregunto ¿No son todos los que mueren seres humanos? ¿No merecen el mismo "tratamiento sentimental"? Somos unos hipócritas, incluido yo, instalados en la opulencia y en una sociedad consumista que nos aboca a este tipo de planteamientos. Y ahora, que la gente que se muere de hambre quiere compartir con nostros nuestra más que de sobra riqueza, desafiando a la muerte en cayucos o pateras, se alzan cada vez más voces pidiendo blindar las fronteras o regar las calles de policías para combatir la violencia y blindar también nuestras casas.
¡Qué hipócritas somos! No lo podemos negar. Y luego viene Acebes a arreglar las cosas asociando la delincuencia en determinados puntos de Cataluña a cargo de bandas de inmigrantes ilegales centroeuropeos con la llegada masiva de cayucos a Canarias. Cuánta demagogia cuando lo que se están jugando es nada más y nada menos que la vida de miles, millones de personas.
Un buen examen de la egoista conciencia que tenemos nos vendría bien para ver todos estos episodios no desde nuestro reino de Taifas sino desde el aire o, mejor, desde sus lugares de orígen. A lo mejor hacemos un mundo más justo.