domingo, 5 de septiembre de 2010

El embriagador sabor de la literatura

No me resisto a volver a citar a Muñoz Molina en otra frase memorable en "Beatus Ille". Aún a riesgo de parecer redundante. Si la redundancia es buena, seguramente será agradable y suave el trago, como un buen vino a su paso por la garganta. Lo más grato es repetirlo.

"Creía como un artículo de fe que el genio era inseparable del cultivo sistemático de cualquier exceso" (página 344)

En su contexto venía a defender las cualidades literarias escondidas bajos los efectos del alcohol, ese genio camuflado en el seno del vino, en el interior de las bebidas espirituosas. Y entonces me acordé de Ernest  Hemingway y su afición a los diaquiris cubanos, de cuya magnitud daban buena cuenta los regentes y camareros de la mayoría de bares y tabernas de la Habana Vieja cuando en 2001 viaje con mi amigo Luis -apodado con razón o sin ella "Hermano Loco"- hasta el Imperio de Fidel Castro.  Y de como de esa afición al coctel caribeño se desprendió parte de su reconocida obra embriagada.

Y recordaba algo de la aportación a la literatura universal del escritor estadounidense, quien pese al Pullitzer del 53 y el Premio Nobel de Literatura del 54, no llega al escritor andaluz a la altura de los tobillos en el desguace y construcción del lenguaje. Ni "El viejo y el mar"; ni "Fiesta"; ni "Por quién doblan las campanas", trabajos archiconocidos. Lo siento Ernest, allá donde estés. No es desdén hacia tu obra, es justicia en el mundo de la arquitectura de la prosa.